Frases y citas


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lunes, 26 de septiembre de 2011

Disertaciones de pescadería

Ocurre a veces que la mente se eleva y está más arriba que en contacto con el suelo. La mayoría de las veces son situaciones o recuerdos de peso los que invaden nuestra cabeza. Otras veces es la (agónica) cotidianeidad la que nos empuja de nosotros mismos.

Comprar una lubina.
Entrar en absoluta catarsis mientras observas cómo la pescadera le saca las entrañas a una merluza en un hábil juego de manos de 3 movimientos.

Normalmente llegas y coges número de esos dispensadores de turno rojos que te señalan cuán lejos estás de ser atendido. Este tipo de artilugios denotan, ya de por sí, carencias organizativas. Sólo pudieron inventarse porque la humanidad era incapaz de ordenarse con el característico don de la palabra, lo cual no dice mucho en nuestro favor.

En fin, ya tienes tu número. Mientras esperas puedes quedarte mirando a tu alrededor, pensando en tus cosas, despellejándote con las preocupaciones.
Puedes simple y llanamente mirar fijamente los ojos de los pescados muertos que reposan sobre el hielo picado. Ojos brillantes, circulares, penetrantes. Que a veces dan la impresión de tener grabada la cara del pescador hijo de puta que les sacó del vientre de mamá tierra para que un infeliz se los coma sin ganas.
Parecen decir “me he quedado con tu cara” o “me habéis jodido así que al menos disfrutadme”.
¡Ay, si una madre pudiera inculcarles a sus hijos el gusto por el pescado con historias de sacrificio animal!

Otra de las cosas que puedes hacer es sorprenderte de cuantos tipos de pescado hay y de lo lejos que vienen: la melva somalí, el boquerón del Sáhara. ¡Claro que sí! Irse a pescar a Somalia tiene muchas ventajas, como la de ser un pirata sin bandera, arramplar con todo y luego acusar a los negros a los que no les mola que explotes su pescado de piratas con bandera.

Pescados pequeños, grandes, cilíndricos, simétricos, planos, plateados, rosados, con cabeza, sin ella, enteros, en pedazos…Un mundo.

Mientras llega tu turno puedes observar fijamente la labor de la pescadera. Ésta tiene que saber si el pescado que vende es sabroso, cómo se cocina, si les va a gustar a los hijos del caballero al que atiende. Por supuesto tiene que saber la forma más efectiva de arrancar en el menor tiempo posible todas las vísceras del pescado que elijas.

-¿Le dejo la cabeza?
-No, por Dios, quítesela (arránquesela, ¡qué asco!)
-Hay mucha gente que usa las cabezas para sopa, pero como quiera.- Dice con voz pasiva la pescadera, a la que se la suda quitarla, dejarla o ponerle una corona.

Ahí empieza mi percepción distorsionada y extática de la situación que observo. No puedo más que imaginarme una cazuela gigante llena de sopa con cabezas humanas flotando, con los ojos saltones y medio blancos como cuando asas una sardina.
Hombres a la parrilla, al horno, al pil-pil, en vinagre, encebollados, rebozados, fritos, en su salsa…

Me aturde por completo el arte con que coge el pescado que el cliente le señala, pregunta “para qué lo quiere” y comienza una operación de desbarate físico digno del mejor cirujano, pero a la inversa.
Corta aletas, raspa escamas, limpia, raja, extrae todo lo que hay dentro, se llena las manos de sangre, pero bueno, es sangre de pescado, seguramente nunca estuvo caliente; corta la cabeza (si es que se lo piden) con un enorme cuchillo cuyo reflejo es más elegante que el espejo de mi tocador, y arma un cono de papel que desvela arte y destreza en el campo de la papiroflexia. Y con una sonrisa cubierta de olor a genitales faltos de aseo le dice al dueño de la lubina descuartizada “¡Muchas gracias, señor!”. Gracias, porque sin usted no podría dignificar mi día a día con tan agradable labor.

De nuevo imagino a la pescadera en calidad de diosa corpulenta de voz grave y risa chabacana en un mundo oscuro y humeante en el que son los hombres los que reposan sobre la cama de hielo.
La reina pescadera agarra de los pies lo que el cliente quiere, y mientras se descojona a cámara lenta con la boca muy abierta, comienza a preparar el manjar.
Tiene al espécimen cogido por los pies mientras le pasa una rasqueta que se lleva todo el pelo del hombre-pescado. Luego lo abre en canal y le quita todo lo que no es filete.
Si el pescado-cliente -pongamos una trucha con cara de ejecutivo- lo desea, la pescadera grotesca le quita la cabeza con un golpe seco de cuchillo.
La cogerá por las orejas y la lanzará a su papelera gigante haciendo canasta.
Luego le echa un buen chorrete de agua, para limpiar al hombre-pescado-comida y lo introduce en el cono de papel con el precio pegado para que la trucha con cara de satisfacción pase por caja, lo pague y alimente a sus truchitas.

Hombres abiertos en canal…Sí, ya es tu turno.

-¿Qué desea?

jueves, 1 de septiembre de 2011

El mundo se va al coño

Echad un vistazo a este articulo tan interesante ke he encontrado sobre la crisis economica mundial. Lo ke tiene de especial es ke te explica la crisis desde un punto de vista historico bastante interesante, y te pone muchos ejemplos sobre la evolucion ke han tomado las cosas desde hace muchos años a esta parte.
Os aseguro ke vais a flipar.

http://edicion4.com.ar/e4blog/?p=2417